Adefesio nacional canario

Por Francisco Ayala  (Publicado en El Día el 2 de agosto de 1998).

 

          Oí decir por la radio a uno de los sabelotodos que tenemos por aquí que, por fin, el pueblo de Tenerife iba a pagar al general Gutiérrez y a los héroes del 25 de Julio la deuda que tenía contraída con ellos desde hace doscientos años.

          Mal pago le han dado después de aguardar durante dos siglos. Le han pagado en maravedises, reales u otra moneda de entonces, pero en su valor real de 1797, que hoy no daría ni para una saca de cemento, cuando podían, incluso, haberse adelantado y abonarla en flameantes euros.

          ¿Será verdad que estamos avanzando a toda máquina hacia la muerte absoluta de los valores? ¿Asistimos a un crepúsculo irremediable de las ideas? Lo que sí parece evidente es que algunos, de tan a vanguardia que se quieren colocar, sin querer, se pasan a terreno enemigo. Y eso es justamente lo que les ha pasado a los promotores y responsables del Monumento a los Héroes del 25 de Julio -que si no se denomina exactamente así, así debería llamarse- recién inaugurado en Santa Cruz de Tenerife.

          Hace tiempo que estoy viendo la base del emplazamiento del tal monumento, que pretende ser artístico y representar, como todo monumento que se precie, un recordatorio fundamentado del hecho histórico que se quiere resaltar. Y, la verdad, no me hacía muchas ilusiones sobre el resultado final, aunque, como la esperanza es lo último que se pierde, creía en un pequeño milagro. Pero la evidencia es descorazonadora. Parece el proyecto premiado en un concurso de malas ideas.

          Siempre tengo en la memoria aquel empeño de un viejo y entrañable amigo ya fallecido: el doctor Lorenzo Llabrés Delgado, conocido, además de por ser un médico competentísimo, por haber cedido su clínica al entonces llamado Seguro de Enfermedad, clínica que fue el primer gran establecimiento de la sanidad pública en Tenerife.

          Lorenzo Llabrés tenía casi obsesión por recatar del olvido la gesta del 25 de Julio. Creía, de verdad, en esa deuda histórica de que hablaba el sabelotodo que cité al principio de este comentario. Pero estimaba que había que pagarla por lo grande. Y, en este sentido, publicó varios artículos sobre el tema en las páginas de este periódico. Llegó a diseñar, incluso, el monumento a aquellos héroes, que, sin terminar aún la Avenida 3 de Mayo y sin planificarse la expansión de la ciudad por la zona Cabo-Llanos, situaba en una plaza que debía construirse en el cruce de la 3 de Mayo con la vía que se abriría hacia el Sur. Este médico, que debería pasar a la historia como uno de los santacruceros que más amó su ciudad, concebía un conjunto monumental de la categoría y las dimensiones del dedicado a Nelson en la Trafalgar Square londinense. Si el inolvidable amigo, que fue muchos años médico de los periodistas, volviera a este mundo, lo mataría de nuevo el disgusto y el desconcierto ante este adefesio de tres al cuarto que, ni siquiera en su pequeñez, es bello y significativo, sino todo lo contario.

          Quisiera encontrar en esta ciudad y en esta Isla, aparte de los promotores y sus comparsas, alguien que me hablara bien del invento conmemorativo. Si las autoridades responsables quieren saberlo, pueden llevar a cabo una encuesta. Para desengañarme de que no soy yo el equivocado, he cambiado impresiones con personalidades realmente enteradas en materia histórica y artística. El querido amigo, Juan Arencibia de Torres, coronel de Artillería, fundador del Museo de Almeida y uno de los “gutierristas” más destacados, está el hombre indignado y desilusionado ante este hecho irreversible que es más bien un antihomenaje al general Gutiérrez y a los héroes de aquella gesta.

          Que conste que salvo del desastre al escultor, quien ha logrado una obra meritoria como escultura simple, no como significación de nada. Quizás pudiera encajar en un monumento que exaltara las virtudes o las cualidades de la mujer, pero nadie ve en ella, excepto los sabelotodos, una relación entre aquella escultura y el 25 de julio. Los chicharreros, con su proverbial sentido del humor, ya la llaman “La preñada”.

          El resto del monumento, innecesaria urna incluida; su desacertada ubicación, su base de cemento “vulgaris” de pared de campo de fútbol, y su situación como escondida de toda vista, completan lo que podría titularse “Gran adefesio nacional canario”, aprovechando el nacionalismo, aunque falso, galopante del que está impregnando a esta tierra el partido que gobierna y proclama que “somos una nació”, como dice don Jordi Pujol de Cataluña.

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